martes, 6 de septiembre de 2016

LA RUEDA DEL DESTINO


"Cuando llegamos al río, allí los vimos, a los dos, cálatos. Primero comenzó a chuparle la pieza, después el mismo lo agarró con su mano y se lo metió por atrás. Y como era gordito, sus nalgas se mecían igual que una malagua".
Sin preverlo, ni siquiera preguntarlo, en un viaje de tres horas por la trocha que recorre el valle Supe-Ambar me llegan noticias sobre la existencia (y hasta las mas secretas intimidades) del que fuera, en mi recuerdo, uno de los mas destacados y promisorios  muchachos de mi generación.
No lo recuso, tampoco lo celebro, solo trato de comprender: porqué  los mejores no siempre obtienen lo que de ellos se espera. Pues aunque quien lo cuenta ríe, yo callo con tristeza mirando los cerros que guardan el color inmortal de la tierra.